sábado, 21 de julio de 2012

Continuará.

Aquí estoy.
De vuelta en esta maravillosa terraza con olor a verano y a nuevas experiencias. Tengo mucho que contar, pero de momento, sólo estoy pensando.
Y pienso en que a veces, las casualidades pueden joderte de una forma descontrolada, enmascaradas de placer.
Pero me encantan.
Me encantan las casualidades y sus formas de cambiar lo que se supone, dicen, está escrito. Porque modifican todo lo que intentamos dibujar con las suposiciones y el futuro.
Pero jode. Porque así nunca sabremos que viene después.
Y después está siendo ahora.
He vivido una casualidad. Una situación que podría no haber sentido y me ha traído algo maravilloso. Algo con lo que inundo la mente las infinitas horas de los días y con lo que me revuelco las cálidas noches de este inestable verano.
Y lo necesitaba. Porque ya llevaba demasiado tiempo vacía y tenía miedo a olvidarme de sentir. De no recordar esa sensación de plenitud de la que todos habláis cada segundo. Y es maravilloso, sobre todo porque ha sido inesperado, y cuando se mezcla casualidad con sorpresa, eso... eso ya es explosivo. Y se te llena la cabeza de colores y placeres, vuelves a sentirte viva y a comenzar a volver a ser tú misma.

Puede que exagere con esta casualidad a la que me refiero, pero la verdad, me trae sin cuidado. Porque ya era hora de que me tocara volver a pasar por algo así. Porque me ha hecho feliz, aunque sólo fuera por poco tiempo, porque me he bañado en placer y bienestar, porque necesitaba esta experiencia.

Lo único malo, es que se ha acabado. Y tengo miedo. Sí miedo, miedo a volver al vacío tan horrible del que suelo hablaros, de que mi momento acabe de terminarse y no vuelva en mucho tiempo.

Pero en seguida vuelvo a la superficie. Y es que no pienso dejar que eso pase. Pues no voy a dejar que el destino exista y voy a crear mis propias casualidades. Yo voy a ser mi futuro.
Y a ti decirte que gracias, que ha sido precioso y que continuaré contigo, aquí, en alguna parte. Has sido mi casualidad y quien sabe si lo seguirás siendo.
Porque si te vas y me quedo en esta calle sin salida, puedo salir por la entrada.



Os quiero, por casualidad.

lunes, 2 de julio de 2012

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 "Yo estaba en Los Ángeles, alojado en el Castle, con Edie Sedgwick y Nico. El Castle era una casa de dos pisos, propiedad de alguna reina de Hollywood que la alquilaba a grupos de rock. Todo el mundo se había alojado allí, Dylan, los Jefferson Airplane, la Velvet. La propietaria la alquilaba a los grupos porque la casa estaba en estado ruinoso, y le daba igual lo que pudiera ocurrir. 
Antes de llegar, había estado en San Francisco viendo a los Doors en el Winterland. Después del concierto, fui a los camerinos y me encontré a Morrison rodeado de groupies, muy feas y desaliñadas. Pensé que aquello era malo para su imagen, y me propuse que Morrison se liara con Nico. Quería que conociera a Nico, se enamorase de ella, y se diera cuenta del tipo de chicas con las que debía salir. En realidad, no era asunto mío, pero...
Nunca he sentido ningún respeto por Oliver Stone, y después de ver la escena del encuentro de Morrison con Nico en la película de los Doors... “Hola, soy Nico, ¿quieres acostarte conmigo?”. La realidad no pudo ser más distinta.
Lo que pasó fue que me encontré con Morrison en las oficinas de Elektra, y él me siguió hasta el Castle en un coche alquilado. Morrison entró en la cocina, y allí estaba Nico. Se quedaron mirando al suelo, sin decir nada. Eran demasiado poéticos para decir algo. Entre ellos se creó un rollo aburrido, silencioso y poético, una unión mística. Creo que Morrison le acarició el pelo, y después empezó a ponerse muy borracho, mientras yo le suministraba los restos de droga que Edie Sedgwick no me había robado.
(...) Cogí un poco de ácido que quedaba y se lo di a Morrison, que se colocó tanto que quiso largarse con el coche. Entonces quité las llaves del contacto y las escondí debajo del felpudo del coche. Tenía miedo de que se despeñara por un acantilado. Yo estaba allí cobrando de Elektra, y no hubiera quedado bien que el cantante se matara porque el publicista le había puesto hasta el culo de todo. Preferí secuestrarlo.
En el Castle no había teléfono. No podía salir de allí. El sabía que yo le había quitado las llaves, pero iba demasiado colocado... Al final me fui a dormir.
Cuando ya dormía, Nico entró en mi habitación, gritando, “¡Me va a matar! ¡Me va a matar!”. “Déjame en paz, Nico, estoy durmiendo”, le contesté yo. Entonces se fue y la oí gritar. Miré por la ventana y vi a Morrison en el patio, tirando a Nico del pelo. Al cabo de un rato, David Numan me volvió a despertar y me dijo, “Sal a ver esto”. Entonces vi a Nico en la entrada, llorando todavía; y a Morrison encaramado al tejado, desnudo a la luz de la luna, saltando de un torreón al otro."